El extranjero Eliott Kleinn conoce a Ana, la muchacha simple que vive con su marido en la casa donde se hospeda, y se enamora de ella. Ana sueña con París, y Kleinn la deslumbra con sus relatos sobre la Ciudad Luz. La muchacha, aburrida y un poco hastiada del machismo de su marido, no tarda en entregarse al forastero. El marido de Ana, debidamente celoso y por tanto suspicaz, los sorprende en pleno acto de infidelidad y los mata a puñaladas. Fin del cuento.
Visto así, este argumento podría parecerse mucho a otros tantos, un melodrama con final trágico y previsible. Solo que, y en esto radica la primera diferencia, la feliz diferencia de esta novela-, aquí nada parece ser lo que es. Kleinn es algo más mucho más- que un simple turista; el libro que escribe no es un libro como otro cualquiera, sino una nueva versión de las Escrituras; el verdadero origen de su supuesto padre se pierde en un tiempo oscuro; nunca estuvo en París, Ana es un magma tormentoso que parece atraer todo aquello que se mueve a su alrededor, y al final, es el marido ultrajado quien único parece morir realmente.
Lo que podría suponerse un frívolo juego de equívocos se transforma sutilmente en una estructura lúdica, aunque permeada de tonos macabros, -detalles- que van conformando con perspicacia ese ambiente enrarecido, extraño, por momentos críptico o tal vez misterioso en que se mueve la mayoría de los personajes. -Un no sé qué que queda balbuciendo-, para decirlo a la manera de Fray Luis de León, parece flotar sobre todo. Y este enrarecimiento, que duda cabe, es consecuencia de la llegada de Eliott Kleinn, que viene de Bosnia, al tranquilo pueblecito de aguas puras.
Un personaje que parece haber sido creado por la sagacidad y la hondura psicológica de Henry James, la sutil y espeluznante caracterización de un Robert L. Stevenson y la rica agudeza y espíritu transfigurador de Lezama Lima, el Lezama de Oppiano Licario, para ser más exacto. Esta mixtura, lejos de parecer un pastiche, hace de Kleinn un personaje sencillamente magistral. Y el empaste de estos tres grandes nombres no es fortuito:
Enamorarse de Ana posee esa rara en nuestro contexto literario- y muy apreciable cualidad de aunar con absoluta credibilidad y honestidad lo universal con lo nacional, siendo a un mismo tiempo una novela cubana y cosmopolita, autóctona y ecuménica, de Ciego Montero y del mundo, paisaje o contexto que imbrica genuinamente atmósferas góticas con arroyos de campiña criolla, misterios esenciales con brujerías locales, matizado todo ello por un fino sentido del humor, una ironía o un cinismo travieso y perspicaz que redimensiona todo, otorgándole tal vez un nuevo valor.
¿Quién es Eliott Kleinn, realmente? No lo podría decir. Y si lo supiera tampoco lo diría, por dos razones fundamentales: siempre estaría corriendo el riesgo de equivocarme, y además les rompería la magia y el encanto de descubrirlo por ustedes mismos (si es que pueden). Lo único que sabemos a ciencia cierta, y eso porque nos lo dice el propio personaje, es que Eliott Kleinn no es Eliott Kleinn.
El verdadero Kleinn, un judío converso, ya está muerto. Muerto por el mismo ser que en este momento usurpa su cuerpo. Ahora se trata de alguien que ha asumido su antigua personalidad, sus rasgos físicos exteriores. Metido dentro de esa estructura anatómica puede haber un ángel caído, un escribano al servicio de Mefistófeles, un vampiro, un ente demoníaco, travestimento sin embargo que no podemos analizar según nuestra habitual concepción del mal...
Atilio Caballero