La liturgia católica está en crisis. Una lectura del Concilio Vaticano II en ruptura con la Tradición, originó una proliferación de abusos litúrgicos nunca antes vista, la pérdida de la sacralidad y el misterio en las celebraciones, una clericolatría en ascenso así como un concepto del arte religioso desvinculado de la belleza y la nobleza de las formas. La situación descrita obliga a reflexionar sobre las reformas introducidas con posterioridad al Concilio Vaticano II, y discernir si han sido enteramente fieles a la letra de la Constitución Sacrosanctum Concilium o son consecuencia de un difuso y nunca bien definido "espíritu" del Concilio, muletilla que ha servido y aún sirve para justificar cualquier disparate. El magisterio litúrgico de Benedicto XVI, tan ignorado tanto por clérigos como por laicos, invita a recuperar el esplendor de la liturgia católica a partir del ejemplo, la enseñanza y la persuasión. En ese contexto, surge el motu proprio Summorum Pontificum, que restituyó la celebración de la Santa Misa de siempre. Es el mayor legado del Papa Ratzinger a la cristiandad. A lo largo de diez capítulos, estudiamos el ambiente histórico en que nace y su contenido jurídico-canónico. La estructura de la obra es la siguiente: Introducción- La liturgia católica- La crisis posconciliar- La Santa Misa- Liturgia católica y reformas posconciliares- Antecedentes de Summorum Pontificum- La carta de Benedicto- Estudio jurídico-canónico de Summorum Pontificum- Significado de Summorum Pontificum- El mutuo enriquecimiento de las formas. Cuenta también con abundantes notas y un Apéndice que incluye la Carta de Benedicto XVI a los Obispos (que acompaña al motu proprio); el motu proprio Summorum Pontificum; la nota explicativa de la Instrucción Universae Ecclesiae y, finalmente, la Instrucción Universae Ecclesiae. Summorum Pontificum procuró ser el comienzo de una respuesta a la crisis litúrgica. Sus benéficas consecuencias han sido, a criterio del autor, malogradas a partir del pontificado de Francisco. Pero Dios es fuerte. Y nada ni nadie detiene su voluntad. Por eso, Summorum Pontificum sigue siendo tan actual como el día que Benedicto la concibió.