Transcurrida una década desde los sucesos narrados en la parte anterior, Guaytabó, convertido ya en un joven, emerge de la selva virgen, donde se ha refugiado su tribu, regresa a Macuijo Arriba y entabla amistad con algunos de los trabajadores de la mina, quienes de manera imprevista son secuestrados junto con otros vecinos del pueblo por los caucheros que recorren los puertos fluviales buscando fuerza de trabajo esclava para sus caucherías en lo más intrincado de la selva. Estos esclavos no regresan jamás a sus hogares y hallan una temprana muerte provocada por las terribles condiciones de una vida de la que no pueden escapar pues la selva que los rodea actúa como una prisión natural verdaderamente infranqueable. Dos de los grandes enemigos del pueblo de La Flecha de Cobre son precisamente los que han efectuado el secuestro de los mineros de Macuijo Arriba y fungen como dueños de una de estas caucherías. Relativamente cerca de la cauchería de esta monstruosa pareja, se levanta otra plantación semejante regentada por un sujeto tan despiadado y feroz como ella, el Turco Anatolio, quien sostiene con ellos una hipócrita relación. Es en este peregrinar donde Guaytabó conoce a Apolinar Matías, un solitario cazador a quien su sentido de la justicia ha puesto en la misma situación que al Hijo del Cóndor. Entre los dos se produce una corriente de simpatía que será el inicio de una eterna amistad.